Eramos la parte buena de un amor que nunca habíamos tenido, eramos una sonrisa articulada, un corazón latente a cada paso, eramos lo mejor de nuestras vidas, eramos la tranquilidad de estirar las patas en paz, el poder conmovernos en silencio al observar una puesta de sol, tomar un mate, hablar y sonreír al mismo tiempo, sentir frío y que un abrazo nos caliente, una resaca de amor, olas dándonos empujones para arrancar, eramos... imantados, preguntándonos a cada beso cómo... cómo sucedió algo tan hermoso, como si no hubiéramos pensado despertar así juntos.
Pero una vez fue diferente, una vez más volví a andar por ese túnel pero sola y al llegar al final me encontré con una calle sin salida, era de noche y no había estrellas, no había una sola luz que me marcara el camino para volver hacia atrás, no estaba oscuro, el mundo entero se había pintado de negro azabache y yo no podía ver más allá, no podía ver. Nunca más volví a encontrarlo, la noche se hizo eterna para mí, él ya no estaba esperándome como antes, se fue por otro lado encontrando alguna luz, y yo me quedé en el mismo lugar, sola, oscura, loca, rota, en silencio esperando que alguien volviera a salvarme.
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