Todo estaba decidido en esa carne y esas líneas que me embelesaban. Podría, a lo sumo, ayudar o contrariar el desarrollo de esto nuevo y hacer que se encuentre más pronto frente en sí. Pero los rodeos, las rebeldías, ¿o son acaso también necesarias?, ¿no hay seres para los que todo obstáculo es útil, y otros que están vencidos antes de la lucha?, ¿y acaso esto no está determinado? Hoy sé que no puedo ya nada contra cierta mirada infantil preñada de nostalgia, y con otra que es pura confianza y que no comprende el engaño que provoca.
Cuando más lejos me remoto en mi infancia, encuentro ese gusto por la felicidad, esa noción de que me correspondía vivirla, de que yo era, de alguna manera, responsable. Recuerdo largos periodos sombríos y fríos, cuando, todavía niña, replegada en mí misma, sentía la tristeza con vergüenza; quería curarme de ella como de una enfermedad, en tanto que la alegría me parecía justa y bella. Más tarde comprendí que una gran parte de nosotros mismos está determinada por el sentido que damos a esta noción de felicidad, que no es solamente el bienestar del espíritu y del cuerpo.
Y todavía hoy quisiera experimentarla. La felicidad se me antoja como una fidelidad a mí misma, y a ti en consecuencia; clamo por el milagro: un día, despertarme feliz, sin peso. Sé que la tierra tembló, la grieta existe, y forma parte de mi nueva geografía, la conozco, pero quisiera que dejara de sangrar.
Todavía me es difícil vivir el presente, rara vez me aferro a él sin esfuerzo. Cuando hablábamos de la muerte, pensábamos que lo peor era sobrevivir al otro; ya no estoy segura, busco la respuesta pero ella varía según los días. Cuando me asalta una bocanada de primavera, cada vez que toco la belleza de la vida y que gozo sin pensar en ti durante un instante -pues tu ausencia no dura más- pienso entonces que de los dos, la víctima eres tú. Pero cuando estoy empantanada en pena, disminuida por ella, humillada, me digo entonces que teníamos razón y que morir no es nada. Me contradigo sin cesar. Quiero y no quiero sufrir tu ausencia. Cuando el dolor es demasiado inhumano y aparece sin salida, necesito ser consolada, pero cada vez que me dejas un poco de respiro, me rehuso a perder nuestro contacto, a dejar esfumarse nuestros últimos días y nuestras últimas miradas en provecho de una relativa serenidad y de un amor por la vida que me hace presa, casi a pesar mío. Y así sin descanso, sin detenerme, oscilo de un extremo al otro antes de recobrar un equilibrio amenazado sin cesar.
Así será durante mucho tiempo. Lo acepto. Pero a veces me invade una inmensa fatiga, me asalta una terrible tentación: descansar en tu pecho, deponer las armas. En esos momentos amo la tierra y no me da miedo la idea de acostarme en ella, mitad marmota, mitad estatua. No veo la podredumbre que a veces me obsesiona, imagino una desintegración natural que no tiene nada de espantosa.
Anne Philipe
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