Son las 4.50 de la madrugada, miro por la ventana, hace mucho que no madrugo por lo que no se si está o no por amanecer, pero el cielo está claro. No quiero mirar, no se que quiero, estoy así acá parada, resignada, me da absolutamente igual todo, podría pasarme horas en esta posición y no me joderia y no lo notaría. Como la vez que me senté en el piso a esperar un llamado hasta las 11 de la noche, jamás vi el tiempo pasar. Todo me parece un cuento de terror, incluso yo mirando por el vidrio de la ventana con el ruido del viento, todo se torna un cuento de terror, todo el tiempo. ¿Tiempo?, ¿Quién es el tiempo?
El tiempo es lo que estoy viendo en este momento, por la ventana, el tiempo que no pasa para mí y la vez está pasando más rápido de lo que jamás podría imaginar, el tiempo es mi terror, que sigue pasando y no se lleva este dolor inolvidable ni los recuerdos que me pesan como un ladrillo justo en el medio del corazón. El tiempo y los recuerdos me aterran, me dejan así en este lugar, inmóvil con un nudo en la garganta, yo no miro, ellos me miran por la ventana, se ríen de mí, a ellos le tengo miedo pese a las rejas recién puestas. Me roban la vida, se burlan de mí.
Y yo no puedo andar, sigo así despacio y sin ritmo, el dolor no me deja en paz, esta soledad me consume, el silencio se sube en mi espalda y siempre, siempre termino cayendo. Después en el baño, ese otro vidrio me trae a la realidad, me reconoce, reconozco mi voz y mis ojos, pero el tiempo pasa y todo, incluso el cuerpo cambia, hasta ese día en que no me quede más tiempo para ninguna conclusión. Me siento joven, demasiado joven para estar pensando en esto, pero la soledad incluso las arrugitas del ojo pueden seguir creciendo y nada me va a decir nada, todo va a seguir igual entre nosotros.
Bueno, en él, y entre mi amor y yo.

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